Antes de que la profesora nos pida salir, yo ya tenía pensado hacer una recorrida por los pasillos de la universidad. Culpa del hambre ineludible que me había atacado iba a abandonar unos minutos la clase.
Al salir, los pasillos que llevan al buffet tomaron un sentido mucho más complejo. Mis primeros pasos se chocaron con los mensajes que me dejaban una gran cantidad de carteles, que siempre estuvieron, pero que nunca sentí que me hayan hablado como esa noche. Me enteré que los chicos de música están buscando un bajista para formar una banda, que existen en la universidad docentes que habitan en una oficina y que jamás había escuchado de su existencia.
Sin embargo, mi objetivo no había cambiado: debía callar los ruidos que emitía mí estomago. Sin darme cuenta, mi mirada hacia el exterior se agudizó de tal manera que al llegar al buffet me había olvidado de mi cometido; tantas caras me rodeaban y tantas historias distintas. La mirada periodística o, mejor dicho, la inferencia de aquel que trata de leer una historia con solo ver las manifestaciones de la gente que se encuentra una sola vez, suele ser mas seductora que una cena a las apuradas en un buffet universitario.
Podría centrarme en una de esas historias que se me presentan potencialmente al alcance de la mano, y entonces mi crónica tomaría un color y un vuelo diferente, ya no necesariamente sería una crónica de una salida a los pasillos de la universidad simplemente. Por lo tanto elijo, como todo cronista que construye un trozo de la realidad de la manera que él cree conveniente, cumplir mi objetivo primero.
El hambre había mermado, pero igualmente desperdicie dos pesos y me compré un café que, para esa altura de la noche, estaba hecho con los últimos granos de café y con el agua más hervida que tenían.
Yo me fui satisfecho, aunque me quedé con las ganas de zambullirme en alguna de esas historias que siempre están latentes pero que pocas veces me animo a invadir.
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