lunes, 13 de octubre de 2008

Vallecito de fe

NOTA DE LECTOR

A caballos de la fe (de Hernán Brienza)

La Difunta Correa


Es una crónica que invita a imitar. Al leerla, a uno le dan ganas de armar un bolsito y salir a relevar vivencias que desnuden algo parecido a lo que hizo Hernán Brienza. Toda la crónica parece recargada de paisaje, descrito con minuciosidad en cada detalle. Seguramente, tanto el paisaje en donde se lleva a cabo la peregrinación como la peregrinación misma lleva a imprimirle un gran valor al espacio.

Sin descuidar los anclajes históricos del tema, Brienza atraviesa cada paso desde que comienza a contar su travesía peregrina, una hora antes de llegar a Vallecito, el lugar donde se levanta el santuario a la Difunta Correa.

Los actores que Brienza toma como testimonio de una creencia de tan lejos de Buenos Aires son peregrinos que se encuentra a medida que va caminando, que lo ayudar o lo cargan, que le cuentan anécdotas y lo invitan a tomar unos mates o un vinito. Sin embargo, gran parte del cuerpo de la crónica se lo da Maria C. Crauze, antropóloga especializada en mitos y leyendas sanjuaninas. A mi parecer, muchos de los datos con los que cuenta Brienza son brindados por ella, aun en los casos donde no se la nombra.

En el orden del discurso, se puede decir que la manera de mostrar la peregrinación desde adentro, tiene un trasfondo que también es importante destacar. El hecho de mostrar toda la pompa que se esconde y contextualiza la fe de un pueblo, me refiero a la presencia política, tanto oficial como opositora, no en carácter de feligreses sino más bien como lo que son, políticos en campaña permanente. Creo que esa imagen está muy bien lograda dentro del discurso sin ser demasiado pesado a la hora de criticarlo:

“De fondo, una voz castrense reivindicaba en el escenario mayor la “gesta de la campaña del desierto donde ejercito y gauchos batieron juntos al indio para construir la patria”, y una banda militar interpretaba Avenida de las camelias, la famosa marcha de los comunicados de la última dictadura. Pensé que algunas cosas ya estaban de más, que tanta pompa ya no encajaba en esta historia de necesidades silenciosas. Entonces, apuré el primer vaso de vino.”

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